top of page
Buscar

11/11/2020 San Martín (Lc 17, 11-19)

Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz, y, postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano.

Solamente uno se volvió; se acercó a Jesús y le dio gracias. Los otros nueve no se acercaron a Jesús; continuaron su camino.

Imitamos al leproso samaritano cuando celebramos la Eucaristía. Nos acercamos a Jesús, nos postramos ante Él, le damos gracias. Recordemos que Eucaristía significa ACCIÓN DE GRACIAS. El problema está en que, por costumbre o por rutina, podemos asistir a misa y no celebrar nada. Podemos comulgar con devoción y no comulgar con Cristo. Podemos darnos la paz sin reconciliarnos con quienes nos hemos enemistado.

Los prefacios de la misa suelen comenzar con estas palabras: En verdad es justo y necesario darte gracias, Señor. Uno de los prefacios va más lejos: Aunque no necesitas nuestra alabanza, tú inspiras y haces tuya nuestra acción de gracias para que nos sirva de salvación. Damos gracias por todo: por la creación, por la vida… Damos gracias, sobre todo, por Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, que nos amó y nos sigue amando hasta el extremo.

San Pablo recomendaba a los cristianos de Colosas: Sed agradecidos (Col 3, 15). La gratitud es fruto de una fe profunda en Jesús. Los otros nueve leprosos serían personas piadosos; pero vivían una religiosidad formalista y formulista, típica del Antiguo Testamento. Una fe como la del leproso samaritano, permite a Dios tomar las riendas de la vida. Es la fe que nos abre los ojos para reconocer con agradecimiento que todo lo que somos es obra gratuita de su amor. ¿Entendemos de gratuidad? Sabremos de gratitud. ¿No entendemos de gratuidad? No sabremos de gratitud.

0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

Comments


bottom of page