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11/12/2020 Viernes 2º de Adviento (Mt 11, 16-19)

Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos cantado endechas y no habéis hecho duelo.

Los niños siguen sentados en su plaza. Ni se conmueven ni se mueven. Les resulta incómodo cambiar de postura. Esta parábola de los niños sentados en la plaza nos recuerda la de los invitados a la boda con sus sólidas excusas para no acudir al banquete de bodas (Lc 14, 18).

Se pregunta Jesús: ¿Con quién compararé a esta generación?

Le gustaría ver que su pueblo responde a la predicación del Bautista; o a la suya propia y a sus milagros. Pero les ve inamovibles, instalados en sus tradiciones. Le respondemos a Jesús que puede comparar bien aquella generación con la nuestra. Y con nosotros mismos. Porque a todos nos puede la inercia y la rutina; sobre todo cuando envejecemos.

Es fácil instalarnos en formas de vida piadosas pero sin compromiso. La novedad nos incomoda. Santa Teresa se queja de monjas santas, para las que mudar costumbre es muerte. Es fácil encontrar excusas para justificar el inmovilismo. Los contemporáneos de Jesús no aceptaron al Bautista por austero; a Jesús, por liberal y festivo. Es fácil santificar una conducta inmovilista y egocéntrica, cuando uno se pone a sí mismo como criterio de conducta, sin dejar que la Palabra de Dios o de los prójimos cuestione tal conducta.

Jesús queda afectado por el rechazo a la novedad del Reino y sus valores. Pero se mantiene terco en su anuncio, a la vez que denuncia la cerrazón de las conciencias y desenmascara los pretextos y excusas con que se justifica. El Evangelio remite siempre a la vida, a lo concreto y cotidiano, porque su sabiduría no es teórica, sino encarnada (Papa Francisco).

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