La gente se asombraba de su enseñanza porque lo hacía con autoridad, no como los letrados.
El Evangelista no nos dice qué enseñaba, sino cómo: con autoridad. La palabra autoridad proviene de un verbo latino que significa promover o hacer progresar. Así era Jesús en su vida y en su enseñanza. No se colocaba por encima de los demás, no imponía nada. Comunicaba vivencia personal; vivencia que, como vemos en otros momentos, se nutre de la Palabra de Dios. Los letrados judíos conocían la Palabra de Dios, pero no la asimilaban. Sabían dónde debía nacer el rey de los judíos, pero no se acercaron a Belén. En sus vidas pesaba más la tradición que la Escritura.
Los doctores de la ley tenían una psicología de príncipes: nosotros mandamos, vosotros obedecéis. Por eso, aunque la gente escuchaba y respetaba, no sentía que tuviesen autoridad sobre ellos. Jesús estaba cerca de la gente. Ser cercano a la gente da autoridad (Papa Francisco).
Precisamente en aquella sinagoga había un hombre poseído por un espíritu inmundo… Jesús le increpó: ¡Calla y sal de él!
El espíritu inmundo que se ha adueñado de aquel señor representa al espíritu inmundo que se ha adueñado de los profesionales de la religión judía. Es un espíritu inteligente e ilustrado. Llega a decir: ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: ¡el Consagrado de Dios! Jesús le manda callar; la gente no está preparada para aceptarlo. El espíritu inmundo intenta lo mismo que intentó en el desierto: Si eres Hijo de Dios, demuéstralo (Mt 4, 3ss). Lo intentará de nuevo en la cruz: Que baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos (Mc 15, 32). Es la tentación del poder y de la autoridad entendidos al estilo humano.
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