12/01/2022 Miércoles primero (Mc 1, 29-39)
- Angel Santesteban
- 11 ene 2022
- 2 Min. de lectura
Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.
Es sábado y salen de la sinagoga. Todos han quedado sorprendidos de sus palabras y de su poder para liberar al hombre que sufría por un espíritu inmundo. Concluida la liturgia semanal, se va a casa de los hermanos Pedro y Andrés, acompañado de los hermanos Santiago y Juan. Todo como muy habitual y muy cotidiano. También los milagros. Los lejanos se sorprenden, mientras los cercanos lo viven todo con la mayor naturalidad. Con esa misma naturalidad le hablan de la suegra de Pedro que está en cama con fiebre. Él se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles. Jesús se mueve con la misma soltura en la sinagoga y en la casa. Para Él, las dos realidades son igualmente sagradas.
Escuchar bien a Jesús significa prestar la misma atención a sus palabras y a sus gestos; escuchamos con los oídos y con los ojos. Contemplamos cómo se acerca a la mujer, cómo la mira, cómo la toma de la mano, cómo la levanta… Todo sencillo, todo sin alharacas. La misma excelencia y sencillez en el milagro y en el servicio. Es evidente que el servicio puede ser adulterado cuando se hace de él instrumento de dominio. No así el servicio de la suegra de Pedro; sirve con alegría y reconocimiento sabiéndose apreciada y querida.
Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados.
El Papa Benedicto dice que el programa del cristiano se desprende del programa de Jesús. Por eso el cristiano ha de ser un corazón que ve donde se necesita amor, y actuar en consecuencia.
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