Se acerca a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: Si quieres, puedes limpiarme.
Oración modélica: Si quieres, puedes limpiarme. Hay fe y hay aceptación serena de la voluntad de Jesús. Haremos bien en aprenderla y repetirla; sobre todo cuando sintamos vergüenza de nosotros mismos. Entonces acudimos al Señor para que nos limpie; con fe, con serenidad, Es así como el mal, el pecado, se convierte en lugar de contacto que nos transforma. Porque Él, compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: Quiero queda limpio.
Por eso será bueno preguntarnos hasta qué punto las relaciones con el Señor o con los demás están condicionadas por la lepra; hasta qué punto la lepra nos aísla y nos mantiene encerrados en nosotros mismos. Entendamos que la lepra es un buen icono tanto del egoísmo humano como de cualquier tipo de adicción o compulsión. Si tenemos clara la propia incapacidad para limpiar nuestra lepra, tengamos igualmente clara la capacidad del Señor para liberarnos de ella.
Se pueden dar entre personas piadosas unas relaciones con Dios contaminadas por la lepra de, por ejemplo, un sentimiento exacerbado de culpa. Se pueden dar también unas relaciones con los prójimos contaminadas por la lepra de, por ejemplo, una necia actitud de superioridad moral.
Mira, no digas nada a nadie… Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo…
No es oportuno proclamar las maravillas del Señor ante audiencias que no están preparadas. Nos lo advirtió Él: No echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas y después, volviéndose, os despedacen (Mt 7, 6). Todo entusiasmo debe ser pasado por el tamiz de la discreción y del discernimiento. Y todo, siempre, bien iluminado por la Palabra de Dios.
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