12/01/2025 El Bautismo del Señor (Lc 3, 15-16; 21-22)
- Angel Santesteban
- 11 ene
- 2 Min. de lectura
Todo el pueblo se bautizaba y también Jesús se bautizó.
El gesto de Jesús, que se solidariza y se identifica con su pueblo, se convierte en el momento clave de su vida porque experimenta la realidad de su filiación divina: Mientras oraba, se abrió el cielo, y bajó sobre Él el Espíritu Santo en forma de paloma y se escuchó una voz del cielo: Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto.
Estamos cerrando el tiempo de Navidad. Jesús, a sus treinta años, y como tantos otros judíos, acude al Bautista para ser bautizado en el Jordán y comenzar una nueva etapa en su vida. El Bautista es consciente del valor relativo de su bautismo: Yo os bautizo con agua; Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego.
Hemos sido bautizados con un poco de agua. Sería más significativo, como en algunas iglesias protestantes, un bautismo de inmersión ya que muestra mejor lo que el bautismo es: inmersión en Cristo para vivir como Pablo: Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (Gal 2, 20).
En este siglo veintiuno no vale ser cristiano de tradición, sin experiencia personal de Dios. El bautismo de agua no es suficiente. No vale la fe-cultura, la fe-tradición; vale la fe que es confianza plena en el Padre del cielo. Por eso recibimos de mayorcitos el sacramento de la confirmación, complemento del bautismo. Es lo que Jesús recibe en el Jordán, mientras oraba después de su bautismo.
En este siglo veintiuno se es cristiano desde la vivencia personal. La experiencia de Jesús en el Jordán es nuestro modelo. Hoy en día, para las nuevas generaciones, somos piezas de museo si no irradiamos la experiencia personal de quien se sabe hijo amado de Dios.
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