No penséis que he venido a abolir la ley o los profetas. No vine para abolir, sino a dar cumplimiento.
Así introduce Jesús una serie de disposiciones categóricas que empiezan con esta fórmula: Habéis oído que se dijo… Pero yo os digo. No es que Jesús pretenda prescindir de las leyes de Moisés; quiere llegar hasta el fondo de esas leyes. Así cuando, por ejemplo, hable del antiguo no matarás, exigirá evitar cualquier cosa que haga daño de palabra o de obra a los prójimos. Además, para Jesús no bastará no hacer daño a nadie; será necesario hacer el bien a todos, amigos y enemigos. Se trata de pasar de la religión de la ley a la religión del espíritu. Así se cumple la profecía de Ezequiel: Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne (Ez 36, 26).
La norma de vida del seguidor de Jesús no será ya la ley, sino el mismo Jesús, única norma de vida. Él no nos presenta una nueva lista de mandamientos. Nos pide un estilo nuevo de vida, viviendo la ley desde dentro. Así es cómo la ley nunca se convierte en barrera para el amor, o en baluarte del egoísmo.
Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, y vete primero a reconciliarte con tu hermano.
Para los escribas y fariseos contemporáneos de Jesús la religión era lo más importante de su vida. Muchos de ellos eran, además, moralmente intachables; así lo dice Pablo de sí mismo durante su época farisea (Flp 3, 6). En cuanto al culto y la moral eran correctos. Pero eso no es suficiente para Jesús. Lo suyo va más lejos; mucho más lejos: Amaos como yo os he amado. Ese es el verdadero culto cristiano.
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