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12/04/2023 Miércoles de la Octava de Pascua (Lc 24, 13-35)

Aquel mismo día, dos de ellos iban a una aldea llamada Emaús.

Jesús ha resucitado, pero nadie se ha enterado. Dos de ellos; comienza la disolución del grupo.

¡Nosotros esperábamos que Él fuera el libertador de Israel!

Frase que refleja bien la tristeza y decepción de todos los discípulos. Han estado tres años con Jesús, entusiasmados por sus palabras y milagros. Todos ellos podrían suscribir las palabras de Felipe a Natanael: Hemos encontrado al que describieron Moisés en la ley y los profetas: Jesús, hijo de José, natural de Nazaret (Jn 1, 45). Pero sus expectativas se han evaporado. Y vuelven a la trivialidad de la vida en su pequeña aldea. De todos modos, estos momentos de crisis forman también parte de la historia personal de fe y salvación de cada uno.

Y comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que en toda la Escritura se refería a Él.

Aquí tenemos al gran catequista. Jesús escucha y conecta con el estado de ánimo de los dos de Emaús. Después ilumina su situación con la Palabra de Dios. Finalmente se sentarán a la mesa para la fracción del pan. Entonces será reconocido.

Se acercaban a la aldea adonde se dirigían y Él fingió seguir adelante. Pero ellos le insistieron: Quédate con nosotros, que se hace tarde y el día va de caída.

En los primeros momentos, solo ha habido lamentos y quejas. Estaban tan cerrados en lo suyo que ni saludaron al forastero. Ahora son capaces de mirar al forastero e invitarle con insistencia para que se quede con ellos. Para que ocurran cosas significativas en la vida, es necesario salir de uno mismo y abrirse a los demás.

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