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12/05/2025 Lunes 4º de Pascua (Jn 10, 1-10)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 11 may
  • 2 Min. de lectura

Yo soy la puerta de las ovejas.

Solamente Él tiene acceso a nuestro interior. Solamente a través de Él, la Puerta, llegamos al mejor conocimiento propio. Cuanto mejor le conocemos, mejor nos conocemos. Jesús está muy interesado en que pasemos por la Puerta que es Él; solamente así abandonamos el establo apestoso en que estamos encerrados y disfrutamos de la libertad y de los pastos de praderas y montañas.

A sus ovejas las llama una por una y las saca fuera.

Las saca fuera. San Juan de la Cruz canta: En una noche oscura, - con ansias en amores inflamada, - ¡oh dichosa ventura!, - salí sin ser notada – estando ya mi casa sosegada. Luego comenta: Salió el alma, sacándola Dios. Los samaritanos que quisieron conocer a Jesús tuvieron que salir de su ciudad (Jn 4, 30). Al tartamudo sordo Jesús le sacó de entre la gente (Mc 7, 33). Antes de dar la vista al ciego de Betsaida le sacó fuera del pueblo (Mc 8, 23). A todos nos va sacando de la servidumbre del propio ego. Así es cómo libres de manos enemigas podemos servirle sin temor en santidad y justicia en su presencia todos nuestros días (Lc 1, 74-75).

Las llama una por una. Jesús no se relaciona con un rebaño. La suya es una relación de intimidad entre pastor y oveja. No las tiene amarradas; ellas oyen su voz y le siguen.

Yo soy la puerta de las ovejas. De todas las ovejas. Es cierto que Jesús habla de una puerta estrecha (Mt 7, 13). Pero también dice que por ahí pasamos todos, a las buenas o a las malas: Sal a los caminos y obliga a entrar hasta que se llene mi casa (Lc 14, 23).

 
 
 

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