12/06/2020 Viernes 10 (Mt 5, 27-32)
- Angel Santesteban
- 11 jun 2020
- 2 Min. de lectura
Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio en su corazón.
Pues yo os digo. Nos dice que no basta con comportarnos legalmente en nuestras acciones; que también las actitudes, las intenciones y los deseos del corazón deben ser legales. El camino de la infidelidad, en el matrimonio o en la amistad, comienza cuando empiezan a incubarse los deseos, las sospechas…, aunque no los traduzcamos en palabras o acciones concretas. La fidelidad es cosa del corazón.
En la reinterpretación que Jesús hace de los mandamientos, el tratamiento que hace del sexto mandamiento va más allá del cumplimiento literal del precepto, apuntando a actitudes y deseos más profundos (Papa Francisco).
Se dijo: El que repudie a su mujer, que le dé acta de divorcio. Pues yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto en caso de fornicación, la hace ser adúltera.
Pues yo os digo. El repudio, o divorcio, era derecho exclusivo del varón. Lo de Jesús fue revolucionario: hizo iguales al hombre y a la mujer. Como dice el relato de la creación: Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó (Gen 1, 27).
Jesús tiene un concepto muy elevado del matrimonio. Su primer acto público en el Evangelio de Juan fue asistir a una boda. El amor del matrimonio cristiano va más allá del enamoramiento primero; se va construyendo día a día. Día a día la pareja se va dando cuenta de que no son lo que pensaban. Día a día van cayendo en la cuenta de que si el Señor no construye la casa, en vano se afanan los albañiles (Salmo 127, 1).
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