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12/06/2025 Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote (Jn 17, 1-2; 9; 14-26)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 11 jun
  • 2 Min. de lectura

Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti.

Celebramos la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote. La carta a los Hebreos (primera lectura opcional) dice: Tenía que ser en todo semejante a sus hermanos, para poder ser un sumo sacerdote compasivo y acreditado ante Dios para expiar los pecados del pueblo.

El Evangelio escogido para esta celebración es la oración sacerdotal con la que Jesús se despide de sus discípulos antes de morir. Esta oración nos adentra en el misterio de la gloria del Dios-Trinidad. Una monja carmelita escribe: Jesús, con el ofrecimiento total de su vida, consagra la humanidad entera en el amor del Padre y ora por todos. Así lo había dicho Él: Cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn 12, 32).

Levantando los ojos al cielo. Es el gesto con el que Jesús nos enseña la dirección de nuestra oración. El cielo no es un lugar geográfico; no es un dónde, sino un quién.

Que sean uno como nosotros somos uno. Dios es Amor. El amor del Padre y del Hijo es uno. No hay en el Padre amor divino que no sea humano, ni en Jesús amor humano que no sea divino.

Padre, este es mi deseo: que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste. Contemplamos su gloria, la gloria de Jesús que es la misma gloria del Padre, cuando se nos da la experiencia del amor de Dios. Como le fue dada al discípulo amado al pie de la cruz: Nosotros hemos contemplado su gloria (Jn 1, 14).

 
 
 

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