Al oírlo, Jesús se admiró y volviéndose dijo a la gente que le seguía: Una fe semejante no la he encontrado ni en Israel.
Jesús nos sorprende a veces presentándonos como ejemplos a seguir algunos personajes que, digámoslo así, no van a misa. Como el samaritano de la parábola. Hoy es el centurión romano; podría ser proclamado patrono de la buena convivencia. Los mismos judíos, en principio enemigos acérrimos de todo lo romano, interceden por él, porque ama a nuestra nación y él mismo nos ha construido la sinagoga. Podría ser proclamado también patrono de quienes, sin pisar el templo, creen sin ser conscientes de ello. Confía plenamente en Jesús, como confía en los intermediarios. A través de intermediarios se llega a la fe y a través de intermediarios se llega a Jesús.
En verdad, el Espíritu, como el viento, sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va (Jn 3, 8). En verdad, la salvación de Jesús desborda los límites de la Iglesia visible para abarcar toda la humanidad. San Pablo lo dice así: Todo lo ha sometido bajo sus pies, lo ha nombrado cabeza suprema de la Iglesia, que es su cuerpo y se llena del que llena de todo a todos (Ef 1, 22-23).
Señor, no te molestes; no soy digno de que entres bajo mi techo… Pronuncia una palabra y mi criado quedará sano.
No hay urgencias. Podría haber pedido con el aplomo del leproso: Señor, si quieres, puedes… curar a mi criado. No necesita la presencia física de Jesús. En verdad, estamos ante un hombre modélico: con toda naturalidad y con toda sencillez, transmite a quienes viven con él la paz que disfruta en su interior.
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