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12/10/2021 Nuestra Señora del Pilar (Lc 11, 27-28)

Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan.

¿Estaría por allí cerca la madre de Jesús? Pensemos que sí. Seguro que se alegró mucho con las palabras de aquella mujer: ¡Dichoso el vientre que te llevo y los pechos que te criaron! Pero las palabras de su Hijo le alegraron mucho más; fueron el mejor piropo de Jesús hacia su madre. Isabel lo había dicho así: ¡Dichosa tú que creíste! La felicitación de Jesús a su madre, la extiende a todos nosotros: Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen (Lc 8, 21).

Creer equivale a escuchar la palabra de Dios y guardarla. Así, escuchando la palabra de Dios y guardándola, es como María adaptó enteramente su vida al plan de Dios. Con el SÍ de la Anunciación María aceptó todas las consecuencias del plan de Dios. Consecuencias inimaginables y, con frecuencia, penosamente incomprensibles. Porque igual que nosotros, tampoco ella consiguió captar los enigmáticos misterios de Dios. Como, por ejemplo, cuando ella y José encuentraron a Jesús en el templo de Jerusalén.

A María le tocó comprender poco y sufrir mucho. Y, con todo, fue dichosa. Hagamos nuestra la oración de Teresa de Lisieux, quien se sentía muy atraída por esta Madre de Jesús tan sufriente y tan dichosa: Virgen llena de gracia, sé que en Nazaret viviste pobremente, sin pedir nada de más. Tu vida, Reina de los elegidos, no estuvo adornada por éxtasis, ni por milagros o arrobamientos. Los pobres, los humildes son muchos en esta tierra. Ellos, sin temor, pueden elevar los ojos a ti. Tú eres la Madre incomparable que les acompaña por el camino común para conducirlos al cielo.

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