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12/11/2020 San Josafat (Lc 17, 20-25)

Habiéndole preguntado los fariseos cuándo llegaría el Reino de Dios, les respondió: La venida del Reino de Dios no se producirá aparatosamente.

Nos puede pasar como a los fariseos: que no seamos capaces de reconocer los signos del Reino de Dios. Que nos falte sensibilidad para descubrir esos signos. Que lo busquemos en lo aparatoso o extraordinario. Olvidamos así la repetida enseñanza de Jesús en parábolas como la del grano de mostaza o la levadura. Olvidamos la fascinación de Jesús ante el humilde gesto de la viuda que depositó dos moneditas en el tesoro del templo. Olvidamos, sobre todo, que todo lo de Jesús, desde Belén hasta la cruz, no tuvo nada de espectacular.

Lo nuestro no es una religión del espectáculo que siempre está buscando cosas nuevas, revelaciones, mensajes. Dios ha hablado por medio de Jesucristo: esta es la última Palabra de Dios (Papa Francisco).

Dios ha quedado como mudo y no tiene más que hablar, porque lo que hablaba antes en partes pos los profetas ya lo ha hablado dándonos al Todo que es su Hijo (San Juan de la Cruz).

Mirad, el Reino de Dios ya está entre vosotros.

Entre vosotros, o dentro de vosotros. Ambas traducciones son correctas. Tenemos que vivir la plenitud del Reino aquí y ahora; en la simplicidad de lo cotidiano. Como la vivía la Familia de Nazaret.

Por eso debemos adoptar una actitud de cautela ante las manifestaciones extraordinarias del Señor, de María o de los Santos. Porque se corre peligro de caer en una fe poco madura; una fe que busca signos palpables porque no parte de la escucha de la Palabra de Dios; una fe que no cree sino después de haber visto.

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