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12/11/2021 San Josafat (Lc 17, 26-37)

Comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca; vino el diluvio y los hizo perecer a todos.

Continúa la respuesta de Jesús a la pregunta de los fariseos sobre cuándo llegaría el Reino de Dios (v 20); es decir, sobre el fin del mundo. Preguntan cómo será el fin del mundo, y Jesús responde cómo será mi final. El lenguaje apocalíptico de los Evangelios de estos últimos días del año litúrgico no pretende atemorizarnos; es una invitación a vivir el presente en plenitud. Especialmente quienes vemos cercano el final de los tiempos. ¿Cómo acercarnos a esa plenitud?

Desde la confianza en el Señor, pasamos página sobre los errores del pasado. Nosotros no somos capaces de olvidar; Él sí. Así alejamos de nuestro hoy tantas sombras siniestras, y disfrutamos con el salmista: Gustad y ved qué bueno es el Señor (Salmo 34, 8). Así se nos hace menos complicado superar tantos retos de adaptación, de cambio, de evolución. Así vivimos serenos, a gusto con nosotros mismos, satisfechos de lo que el Señor ha llevado a cabo en nuestras vidas, reconciliados con nuestras limitaciones cada día mayores. El Yo sigue presente, pero ya no vivimos a su merced.

De jóvenes aprendemos; de mayores entendemos. El espíritu no envejece. Al contrario, nuestro espíritu nunca está tan vivo como al final de la vida. Bien dijo el poeta: A medida que el crepúsculo palidece, el cielo se puebla de estrellas, invisibles de día. Platón lo había dicho así: Cuando decrece la visión física, se agudiza la visión espiritual.

Un día daré un último paso. Será el día en que el Señor venga a tomarme para ir con Él. La muerte es ir con el Señor (Papa Francisco).

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