Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me está molestando, le haré justicia, no vaya a acabar a golpes conmigo.
Según Lucas, único Evangelista que nos ofrece esta parábola, Jesús habla así a los discípulos, para enseñarles que es necesario orar siempre sin desfallecer. A los discípulos nos tocará a veces vivir nuestra fidelidad a Dios sin sentirnos apoyados por él. La parábola se parece a la de aquel señor que obtiene de su amigo el pan que necesita, no por la amistad que les une, sino por su obstinación.
Os digo que les hará justicia pronto. Sólo que, cuando llegue el Hijo del Hombre, ¿encontrará esa fe en la tierra?
La viuda de la parábola es pobre. No puede permitirse recurrir a abogados. No es que tenga mucha fe en aquel juez, pero su pobreza le hace ver con claridad que sus únicas armas son la obstinación y la perseverancia. Y está decidida a obtener lo que se propone. No tiene nada que perder.
La debilidad de la viuda prevalece sobre la prepotencia del juez. Claro que adentrándonos en esto de la debilidad, podríamos invertir los papeles y poner a Dios como el débil de la parábola. Porque si el amor nos hace débiles ante quienes amamos, nadie más débil que Dios ya que nadie ama como Él. Nos amó hasta el extremo. La cruz es el máximo exponente de la debilidad y del amor. Interpretando así la parábola, seríamos nosotros los jueces inicuos que no hacemos caso de las llamadas de Dios. ¿No será ésta la fe que al Señor le gustaría encontrar en la tierra?
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