¿Con qué autoridad haces eso? ¿Quién te ha dado tal autoridad?
Hoy le encuentran enseñando en el templo. Lo de ayer había sido escandaloso. Primero, porque Jesús había permitido que la gente le aclamase: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!; luego, porque había expulsado del templo a los mercaderes. Ahora le piden explicaciones. Que ellos sepan, Jesús no tiene derecho a arrogarse semejante autoridad. Le interrogan no solamente por razón de los recientes eventos, sino por todo su proceder en los últimos años.
Pero no hay sinceridad en el interrogatorio. Cualquiera que sea la respuesta, ellos no cambiarán de postura. Han llegado a convencerse de que ellos son los depositarios de la verdad; quien no está con ellos está contra Dios.
Estos señores, aparentemente llenos de celo por la gloria de Dios, están de hecho llenos de sí mismos. Quizá ya no se dan cuenta de ello porque se han habituado y porque se apoyan mutuamente. No permiten que nadie cuestione su posición de prestigio y poder. Se parecen a los niños de la parábola sentados en la plaza; lo juzgan y lo critican todo, pero ellos no se mueven. Ante estos señores, podemos preguntarnos si no pecamos también nosotros de delimitar territorio, como hacen los animales; si no ponemos la propia conveniencia e interés por delante de las exigencias del Evangelio.
En una ocasión Jesús nos aconsejó ser cautos como serpientes y cándidos como palomas (Mt 10, 16). Ahora Él decide adoptar la cautela de la serpiente; hace una pregunta tan comprometedora para sus interrogadores que deciden no responderla: Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.
El Señor se manifiesta a los sencillos. Para relacionarme cordialmente con Él, necesito humildad y sinceridad.
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