Llegaron cuatro llevando un paralítico y, como no lograban acercárselo por el gentío, levantaron el techo encima de donde estaba Jesús, y por el boquete que hicieron descolgaron la camilla en que yacía el paralítico.
El gentío. Los cercanos a Jesús podemos ser un impedimento para quienes están lejos y quieren acercarse. Recordemos a los cercanos a Jesús que llegaron a regañar al ciego de Jericó porque molestaba gritando: ¡Jesús, Hijo de David, compadécete de mí! (Mc 10, 47).
El paralítico. No sabemos nada de él. No hace nada, no dice nada. Toda su vida atado a su camilla. ¿Sería también mudo? ¿Viviría resignado a su suerte? Pero, ¡atentos!; este paralítico nos representa cuando nos instalamos en la rutina y el inmovilismo. El pobre hombre está tan momificado que incluso parece incapaz de una palabra de agradecimiento una vez curado.
Los cuatro. Cumplen a la perfección los requisitos de la intercesión. El primer requisito, el cariño hacia el amigo paralítico; eso les hace creativos y que no se desanimen ante las dificultades que encuentran. El segundo requisito, la fe en Jesús; gracias a esa fe Jesús sana en cuerpo y alma al paralítico.
Jesús, viendo la fe de ellos, dice al paralítico: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.
¿Por qué no dijo: Levántate y vete a tu casa? ¿Por qué hacerle cargar con aquella mugrienta camilla? Porque la camilla es un elemento importante en la vida de todos; lo fue para el mismo Jesús. Ya resucitado, también Él cargó con la camilla de las llagas de su Pasión.
¿Cuál es mi camilla? ¿Qué me tiene o me ha tenido postrado? Cuando el Señor me cura, no trataré de deshacerme de ella, sino que la integraré en mi vida.
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