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13/02/2023 Lunes 6 (Mc 8, 11-13)

Salieron los fariseos y se pusieron a discutir con Él, pidiéndole, para tentarlo, una señal del cielo.

Jesús se niega rotundamente a concederles la señal que piden. Entendiendo que no tiene nada que hacer ante tanta cerrazón, se va: Dejándolos, se embarcó de nuevo y se fue a la orilla opuesta. Cuando el Evangelista Mateo nos ofrece este mismo episodio, Jesús sí que promete una señal: Un signo piden y no se les dará otro signo que el signo de Jonás (Mt 16, 4). De todos modos, ninguna señal cambiará los corazones de aquellos hombres, por otra parte tan piadosos y observantes. Nunca podrán entender a un Dios que se entrega y se humilla hasta morir en una cruz. Es una actitud presente también hoy entre quienes no saben de humildad porque superconvencidos de lo correcto de sus opiniones.

Los fariseos acaban de ser testigos del pan compartido y multiplicado, pero les ha parecido un milagro vulgar, insuficiente. Piden un prodigio espectacular, convincente; un milagro del que brote necesariamente la fe. Pero tal cosa no existe, porque el milagro brota de la fe, no al revés.

Los fariseos, al pedir un signo a Jesús, confunden el modo de obrar de Dios con el modo de obrar de un brujo. Dios tiene su modo de ir adelante: la paciencia de Dios (Papa Francisco). Con esa paciencia nos va conduciendo hacia la consumación de la plenitud de los tiempos, cuando todo tendrá a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra (Ef 1, 10).

También hoy puede resultar difícil abrazar el mesianismo humilde y sufriente de Jesús. ¿No nos gustarían señales espectaculares del cielo que hiciesen brillar la verdad ante un mundo tan alejado de Dios?

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