13/03/2022 Domingo 2º de Cuaresma (Lc 9, 28b-36)
- Angel Santesteban
- 12 mar 2022
- 2 Min. de lectura
Jesús se llevó consigo a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto de una montaña para orar.
A lo alto de una montaña. Lugar de los amplios horizontes; lugar donde Dios gusta de manifestarse; lugar donde resulta sencillo verlo todo con los ojos de Dios.
A Pedro, a Juan y a Santiago. Los mismos que llevará consigo a Getsemaní. Pero, ¿por qué deja en el llano a los otros nueve? Porque: ¿es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? (Mt 20, 15).
Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor.
¡Qué bueno este Evangelio para este segundo domingo de Cuaresma! Porque si bueno es concienciarnos de nuestra realidad pecadora, es mejor aún concienciarnos de la gloriosa realidad del Crucificado-Resucitado. Que de eso conversa Jesús con Moisés y Elías. Llegamos al mejor conocimiento propio olvidándonos de nosotros mismos para, como dice Juan de la Cruz, poner los ojos solo en Él.
Una voz desde la nube decía: Este es mi Hijo, mi Elegido, escuchadle.
Pedro quiere honrar de igual manera a Moisés, a Elías y a Jesús, y se ofrece a hacerles tres cabañas. Pero la voz desde la nube le corrige. Pedro no lo olvidará y nos lo recordará años después: Nosotros mismos escuchamos esta voz, venida del cielo, estando con Él en el monte santo (2 P 1, 18).
En lo alto de la montaña solamente Jesús irradia luz. Y, al final, queda solo Él. Moisés y Elías, la ley y los profetas, están orientados hacia Él. Hay que escucharle a Él; a nadie más. Es así, poniendo el Evangelio en el centro de la oración y de la vida, como nos hacemos más cristianos. No disponemos de una fuente más viva y eficaz para llegar a identificarnos con el Señor de nuestras vidas que la que encontramos en los cuatro libritos de los Evangelios.
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