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13/03/2024 Miércoles 4º de Cuaresma (Jn 5, 17-30)

Llamaba a Dios Padre suyo, igualándose a Dios.

Por eso los judíos intentaban darle muerte. Pero no percibimos que, para calmar ánimos, Jesús intente matizar sus palabras. Más adelante lo dirá con absoluta claridad: Yo y el Padre somos uno (Jn 10, 38). Y a su discípulo Felipe: Quien me ha visto a mí ha visto al Padre (Jn 14, 9). El Dios metafísico se ha hecho físico.

Nosotros no nos escandalizamos, como aquellos judíos, ante la extravagante afirmación de Jesús. Nosotros creemos. Pero es bueno preguntarnos: ¿Cómo es mi fe en la persona de Jesús de Nazaret? ¿Creo que en ese hombre de carne y hueso, con todas sus humanas limitaciones, reside toda la plenitud de la divinidad (Col 2, 9)? ¿Es Él para mí en verdad el Señor, Señor del universo, Señor de mi vida? ¿Siento mayor satisfacción proclamando que Dios es Jesús, mejor que repitiendo que Jesús es Dios?

El Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que Él hace.

Si Dios es Amor, es porque hay una relación interpersonal en el seno de Dios. Así podemos decir que en Dios encontramos Amante, Amado y Amor: tres personas perfectamente distintas y perfectamente unidas. Son Tres y es Uno. Dios es Trinidad porque es Amor.

Esta relación de amor en la Trinidad fundamenta la relación de amor entre Dios y los hombres. Los Tres ejercitan su amor en nosotros. Jesús nos lo repite con insistencia: Como el Padre me amó, así os he amado yo (Jn 15, 9). Les has amado a ellos como me has amado a mí (Jn 17, 23). Que el amor con que tú, Padre, me has amado, esté en ellos y yo también esté en ellos (Jn 17, 26).

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