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13/04/2022 Miércoles Santo (Mt 26, 14-25)

Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce. Y mientras comían, dijo: Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará.

Sabe que su hora ha llegado y que uno de los suyos le va a entregar, como había sido anunciado hace siglos: Hasta mi amigo íntimo en quien yo confiaba, mi compañero de mesa, me ha traicionado (Salmo 41, 10). Si fuera un enemigo el que me ultraja, podría soportarlo… ¡Pero tú, un hombre de mi rango, amigo y compañero, con quien me unía dulce intimidad en la Casa de Dios! (Salmo 55, 13-15).

Judas Iscariote encarna el misterio del mal. Parece marcado, como Caín (Gen 4, 15), por un estigma infamante. Así lo señalan los Evangelistas desde el momento en que fue elegido: Judas Iscariote que fue el traidor (Lc 6, 16). ¿Cómo entender la dramática sucesión de circunstancias que condujo a Judas a semejante traición?

Ponernos ante la figura de Judas es ponernos ante el misterio del mal. ¡Tenebroso misterio! Conocemos el final de Judas: Pequé entregando sangre inocente… Tiró las monedas en el santuario, se fue y se ahorcó (Mt 27, 4-5). Pero sabemos cosas que arrojan luz sobre este tenebroso misterio. Sabemos, por ejemplo, que Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia (Rm 11, 32). Sabemos también que Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 4). ¡TODOS! La palabra no acepta excepciones.

El plan de Dios se realiza con la traición de Judas. Judas, el rostro del amigo traidor, nos hace ver mejor el rostro del amor de Dios llevado hasta el extremo por Jesús. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado (Papa Francisco).

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