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13/05/2025 Martes 4º de Pascua (Jn 10, 22-30)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 12 may
  • 2 Min. de lectura

Se celebró por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno.

Es una fiesta de acción de gracias que tiene su origen en la victoria de los Macabeos el año 165 antes de Cristo. El Evangelista, porque la fiesta y el templo ya han perdido todo su sentido, dice: era invierno. 

 

Jesús se paseaba por el Templo.

 

Sabe lo que los dirigentes judíos están tramando. Sabe que le quedan pocos días de vida. Pero sabe, sobre todo, que para eso ha venido: ¿Qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero, ¡si he llegado a esta hora para esto! Así que Jesús, en estos momentos tan dramáticos se comporta como siempre: se pasea por la explanada del templo disfrutando de la primavera en compañía de sus discípulos.

 

¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo?

 

¿Quizá nosotros mismos hacemos al Señor preguntas parecidas? Porque no vemos claro. Porque las dudas de fe nos importunan como avispas. Deberíamos saber que la fe en Jesús no significa tenerlo claro. Que es suficiente confiar en Él y seguirle en todo momento, especialmente cuando se hace de noche. Exactamente como Él mismo lo experimentó en Getsemaní y en la cruz: ¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado? (Mc 15, 34).

 

Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen.

 

Los judíos oyen hablar a Jesús, pero no le creen. No son capaces de escuchar porque viven aferrados a sus viejas creencias. No están abiertos a la novedad de Jesús. Esto sucede también a los cristianos que no fomentan la capacidad de escucha. Es así cómo la vida cristiana, más que una aventura apasionante, no pasa de ser una rutina insulsa.

 
 
 

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