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17/05/2025 Sábado 4º de Pascua (Jn 14, 7-14)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 16 may
  • 2 Min. de lectura

Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre.

El camino para conocer a Jesús es, como dice Teresa de Ávila, el trato de amistad con quien sabemos nos ama. Un buen modelo de este trato de amistad es el de María de Betania, la que sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra (Lc 11, 39). Disfrutaba la presencia, la cercanía, la voz de Jesús. No le importaba el no comprender algunas cosas. Hoy son muchos los discípulos de Jesús que disfrutan de su presencia y de su cercanía con las páginas de los Evangelios. Para conocer al Padre hay que conocer a Jesús; y para conocer a Jesús hay que conocer el Evangelio.

Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre.

 

¿En qué cosiste eso de conocer? Es cosa más profunda que el conocimiento intelectual. San Pablo lo explica con estas palabras: Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo que excede a todo conocimiento, y os llenéis de toda la plenitud de Dios (Ef 3, 17-19).

 

Le dice Felipe: Señor, muéstranos al Padre y nos basta.

 

Solamente la fe descubre al Padre en el Hijo y al Hijo en el Padre. Felipe se equivoca pidiendo demostraciones visibles. Como tantos cristianos que, como Felipe, buscan manifestaciones extraordinarias y van de un sitio a otro en busca de mensajes o videntes. Corren peligro de pasar de la fe a la superstición, no fundamentando su fe en la adhesión a la Palabra de Dios: Dichosos los que no han visto y han creído (Jn 21, 29).

 
 
 

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