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13/06/2021 Domingo 11 t.o. (Mc 4, 26-34)

El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo.

Jesús dibuja las líneas maestras del Reino de Dios con parábolas. En las dos de hoy recurre a la imagen de la semilla. Primero nos hace ver cómo la semilla crece por su cuenta sin que sepamos cómo; la segunda incide en la pequeñez de la semilla que acaba convirtiéndose en una planta frondosa donde anidan las aves del cielo. Las dos enseñanzas son aplicables al ámbito personal y al universal. Las dos coinciden poco con nuestras ideas del Reino de Dios; soñamos con un Reino de Dios poderoso y suntuoso. Nada de eso. El Reino de Dios, encarnado en Jesús, es presencia escondida. Pero, llegada la plenitud de los tiempos, todo tendrá a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra (Ef 1, 10).

Por eso el creyente vive tranquilo y sereno; se fía de Dios. La fe verdadera no es compatible con el talibanismo católico, como el de los hijos de Zabedeo. Personas que viven a la defensiva, bien atrincheradas, dispuestas a fulminar a los enemigos de la Iglesia: Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma? (Lc 9, 54). ¡Algo mejor irían las cosas si ellos manejasen los hilos de la historia y del mundo!

Con las dos parábolas de hoy, el Señor nos invita a situar vida y tareas en la más verdadera y positiva dimensión. El protagonismo no es nuestro; tampoco de las fuerzas del mal. El protagonismo absoluto es del Señor: ¡Ánimo! Yo he vencido al mundo (Jn 16, 33). La negatividad y la agresividad están fuera de lugar.

El Papa Francisco comenta: A veces la historia parece ir en sentido contrario al designio de Dios, que quiere para todos sus hijos la justicia, la fraternidad, la paz. Estamos llamados a vivir estos períodos como temporadas de prueba, de esperanza y de espera vigilante de la cosecha.

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