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13/07/2021 Martes 15 (Mt 11, 20-24)

¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido.

Hay cristianos de siempre que se descorazonan, se entristecen, se lamentan ante la situación actual del cristianismo en nuestros viejos países de cristiandad. ¡Qué tiempos tan hermosos aquellos en que las iglesias se llenaban, y qué tiempos tan lamentables estos en que los cristianos hemos pasado a ser minoría! Es evidente que estos cristianos de siempre están poco, muy poco familiarizados con el Evangelio.

Como vemos hoy, Jesús prodigó su actividad en poblaciones como Corozaín o Betsaida…, y muy pocos creyeron en Él. La inmensa mayoría de aquella gente pasó olímpicamente de Jesús y de sus enseñanzas. No es que fuesen malvados. Eran buena gente; pensaban que su piedad y su apego a las venerables tradiciones judías eran suficientes. Esto les llevó a hacerse impermeables a la persona y al mensaje de Jesús. ¿No sucederá algo parecido con algunos cristianos de siempre que vivimos hoy convencidos de llevar una vida correcta, acorde con nuestras santas y venerables costumbres, pero que estamos lejos de abrirnos plenamente al Evangelio, entre otras cosas porque lo desconocemos y no es la fuente de nuestra oración y, por tanto, de nuestra vida?

Seremos sabios si escuchamos estas palabras tan crudas de Jesús como dirigidas a nosotros, los que nos tenemos por buenos cristianos. Cuanto mayor es el don, mayor es la responsabilidad. No nos creamos fieles seguidores de Jesús, cuando lo que de verdad hacemos es seguimos a nosotros mismos buscando tranquilidad y poco compromiso, apelando a nuestra fidelidad a costumbres y tradiciones que ejercen de anestésicos o tranquilizantes del espíritu.

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