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13/08/2021 Viernes 19 (Mt 19, 3-12)

Se acercaron unos fariseos y, para ponerlo a prueba, le preguntaron: ¿Puede un hombre repudiar a su mujer por cualquier cosa?

En aquella sociedad todo estaba minuciosamente regulado; también lo referente al matrimonio y la sexualidad. Eran leyes y costumbres, desde nuestro punto de vista, muy machistas. En nuestra sociedad, todo, también lo referente al matrimonio y la sexualidad, ha experimentado una convulsión tremenda: uniones y desuniones convertidas en espectáculo y negocio; personas que se van a una oficina y cambian oficialmente de sexo… Es probable que muchos nos sintamos desorientados, sin saber a qué atenernos. Lo que sí debemos tener claro es que nunca nos está permitido juzgar, y que siempre debemos actuar con misericordia. Muy elocuente la imagen de Jesús ante la mujer adúltera.

¿Por qué Moisés mandó darle el acta de divorcio al repudiarla? Les respondió: por vuestro carácter inflexible os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres. Pero al principio no era así.

Al principio no era así. Al principio de la creación eran un varón y una mujer; no podía ser de otra manera. Al principio no era así. Al principio de una relación la ilusión no contempla posibilidades de ruptura. Todo parece sencillo. Los cónyuges están dispuestos a acometer toda clase de sacrificios. Pero en el corazón humano anida un ego que no permite ser suplantado. Los roces de la convivencia hacen que ese ego, como con la lámpara de Aladino, reaparezca con fuerza.

Si esa es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse.

El concepto que Jesús tiene del matrimonio, como todo lo suyo, no es aceptable para muchos: No todos pueden con eso. No todos pueden con el matrimonio, ni todos pueden con el celibato, tal como los entiende Jesús.

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