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13/10/2021 Miércoles 28 (Lc 11, 42-46)

¡Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de verduras y descuidáis la justicia y el amor de Dios!

Palabras dirigidas a los dirigentes judíos. Son como una radiografía de una malformación que puede darse también en círculos religiosos actuales. Nos resultará más sencillo darnos por aludidos eliminando lo de fariseos, y haciendo unas traducciones un poco libres. Por ejemplo: ¡Ay de vosotros los tan meticulosos con leyes menores y los tan ignorantes de la ley suprema! ¡Ay de vosotros los tan cuidadosos con lo exterior y los tan descuidados con lo interior! ¡Ay de vosotros los tan severos con otros y los tan complacientes con vosotros mismos! ¡Ay de vosotros los tan llenos por fuera y los tan vacíos por dentro!

Comenta el Papa Francisco: Los fariseos parecían buenos. La fotografía que Jesús les hace es: Sois sepulcros blanqueados. Son incapaces de recibir la valentía del Espíritu Santo, y permanecen encerrados en sí mismos sin poder salir a la periferia.

Una vida cuadriculada por leyes, sin solidez interior, no sabe de cercanía, de solidaridad, de misericordia. Podemos ser especialistas en minucias, y vivir apartados de lo que realmente vale la pena. Pero tampoco es suficiente cualquier tipo de interioridad. El silencio y la meditación carecen de la fecundidad del Espíritu cuando no están iluminados por la Palabra de Dios. Será como la interioridad que parece emanar de esas grandes estatuas de Buda en la que todo parece girar en torno al propio ombligo.

Sin una interioridad iluminada por la Palabra de Dios, no nos será posible percibir la profundidad de lo exterior. Sin una interioridad iluminada por la Palabra de Dios confundiremos lo accesorio con lo esencial.

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