¡Ay de vosotros, doctores de la ley, que os habéis quedado con las llaves del saber: vosotros no entrasteis y a los que entraban les cerrasteis el paso!
Es el final de las acusaciones de Jesús contra escribas y fariseos. Son acusaciones muy duras, pero son también invitaciones a cambiar de actitud: a adoptar la actitud del servicio humilde en lugar de la actitud dominio y de la autoridad.
Para aquellos fariseos y doctores de la ley la dura censura de Jesús era manifiestamente injusta. Estaban convencidos de la honradez de sus vidas y de lo correcto de su doctrina. Por eso piensan que eliminando a Jesús harán un servicio a Dios. Y le acosaban para ver si lo atrapaban en alguna palabra salida de su boca.
Aquellos fariseos y doctores de la ley sufrían de ceguera espiritual. Esto es algo que afecta a dirigentes religiosos de cualquier tiempo y lugar cuando se hace de la moral el corazón de lo religioso. Los puntos de referencia de tal religiosidad son la tradición y la ley. El espíritu profético brilla por su ausencia porque falta el punto de referencia fundamental que es el Evangelio.
Frente a estos dirigentes religiosos, humanamente hablando tan santos, Jesús levanta la voz con violencia. ¿Por qué tal violencia? Porque sin fe, los moralismos y buenismos, no son otra cosa que ideología.
El Evangelio de hoy tiene fuerte sabor antijerárquico. Por eso los cristianos de a pie, haremos bien en preguntarnos qué nos dice a nosotros. ¿No se da también en nosotros algún tipo de ceguera espiritual? ¿No sufrimos de ceguera o miopía cuando no asumimos alegres nuestra pequeñez? ¿No nos cuesta abajarnos para lavar los pies de los prójimos más molestos?
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