Llegará un día en que todo lo que contempláis lo derribarán sin dejar piedra sobre piedra.
El próximo domingo celebraremos la fiesta de Cristo Rey; seré el colofón del año litúrgico. Las lecturas de estos últimos días del año hablan del final de los tiempos. Con el discurso en Jerusalén, Jesús nos invita a vivir el tiempo dándole valor de eternidad. Nada es definitivo en este mundo. Jesús nos invita a confiar, a no tener miedo, porque ni un pelo de nuestra cabeza se perderá.
El Papa Francisco comenta: Jesús invita con fuerza a no tener miedo ante las agitaciones de cada época, ni siquiera ante las pruebas más severas e injustas que afligen a sus discípulos. Él pide que perseveremos en el bien y pongamos toda nuestra confianza en Dios, que no defrauda, porque ni un cabello de vuestra cabeza perecerá.
Pocas cosas hay que perturben tanto la vida de los humanos como el miedo. A todos nos puede tocar vivir una vida amargamente condicionada por el miedo. Quizá nos damos cuenta de lo irracional y ridículo de ese miedo, pero nos vemos incapaces de liberarnos de ese miedo y de gozar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Lo hemos visto de especial manera en estos tiempos de pandemia. Todos conocemos personas muy sensatas, pero con una vida muy limitada y triste porque condicionados por el miedo.
No escuchemos a los profetas de calamidades. Desde luego, no les faltan razones; son tantas las desgracias y tantas las locuras de los humanos, que se diría que la historia humana se dirige irremediablemente hacia una hecatombe catastrófica. No les escuchemos. Los creyentes creemos. Los creyentes estamos seguros de que Dios nunca pierde el control de la historia. Los creyentes estamos seguros de que todos estamos en las mejores manos. Los creyentes afirmamos con san Pablo: En la plenitud de los tiempos, todo tendrá a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra (Ef 1, 10).
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