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13/12/2020 Domingo 3º de Adviento (Jn 1, 6-8; 19-28)

Este tercer domingo de Adviento tiene nombre propio: Domingo de Gaudete (alegraos). Esto se debe a las palabras de Pablo a la comunidad de Tesalónica en la segunda lectura: Estad siempre alegres. Pablo insiste sobre la alegría también a los cristianos de Filipos: Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Es la alegría que conecta con la proclamada por el ángel de Belén: No temáis, pues os anuncio una gran alegría que lo será para todo el pueblo. Tanto los días que preceden a la Navidad como los años que preceden a nuestra muerte deben estar animados por el espíritu de alegría y de alabanza del Magnificat de la Madre de Jesús.

Hubo un hombre enviado por Dios: se llamaba Juan.

Todo creyente, hombre o mujer, es un enviado de Dios. Podemos permanecer, como María, ocultos en un perfecto anonimato; pero nuestra marianidad, nuestra sencillez, nuestra alegría y nuestra disponibilidad harán que, como el Bautista, allanemos el camino para que otros puedan disfrutar desde ya de los frutos de la salvación.

No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz.

Los creyentes somos testigos de la luz porque la llevamos dentro y vivimos iluminados por la fe. Cuando Jesús se convierte en la razón de ser de nuestra vida, la vida deja de ser insípida y aburrida; pasa a ser una vida henchida de plenitud. Entonces vivimos en la luz y somos capaces de ver y reconocer semillas de justicia y de bondad en los ambientes o personas aparentemente menos propicias. Y vamos por la vida con actitud positiva y dinámica. Y así, sin saberlo, somos motivo de asombro para quienes se relacionan con nosotros. El mundo nos necesita; el mundo necesita testigos de la luz. Nuestra predicación no entrará por los oídos, pero entrará por los ojos.

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