14/01/2022 Viernes primero (Mc 2, 1-12)
- Angel Santesteban
- 13 ene 2022
- 2 Min. de lectura
Y le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro.
También los cuatro camilleros sienten compasión por el pobre paralítico. Y, como María en Caná, hacen lo que está en su mano poniendo el asunto en manos de Jesús.
Viendo Jesús la fe que tenían, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados.
Los cinco, camilleros y paralítico, se llevan un chasco. No han venido pensando en el perdón de los pecados. Pero es que Jesús piensa que para la mejor salud y armonía interior del hombre la sanación debe comenzar en lo más profundo del ser humano, con el perdón de los pecados. Porque es el pecado el que desestabiliza y rompe las relaciones con Dios, con los demás y con uno mismo.
Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus corazones: ¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados sino Dios solo?
Siempre sentados; bien asentados en tradiciones y costumbres. Son expertos en todo lo que a Dios se refiere. Todo está pensado y todo está dicho. Salirse de ahí es salirse de Dios. A ellos se refiere Jesús en la parábola de los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros (Mt 11, 16). No les afecta lo más mínimo la triste situación del paralítico. No es posible seguir a Jesús estando quietos. El inmovilismo, la inercia, la pasividad, son incompatibles con la fe en el Dios-Amor, porque la fe en el Dios-Amor es fuente de alegría y de dinamismo vital.
Hijo, tus pecados te son perdonados. Absoluta gratuidad. Sin requisitos previos. ¡Grandioso! Así es cómo puedo asumir un pasado ambiguo, sin sentirme paralizado por viejos pecados. Así es cómo me levanto y tomo mi camilla y vivo en paz.
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