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14/04/2022 Jueves Santo (Jn 13, 1-15)

Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

Cuando contemplamos al Crucificado, solemos ponernos a nosotros mismos como protagonistas de semejante crimen; pensamos que somos nosotros, con nuestros pecados, quienes hemos crucificado al Señor. Y pensamos que Dios, enfurecido, exige reparación y expiación. Y pensamos que Jesús se inmola para apaciguar la ira de Dios. Así lo expresamos, por ejemplo, cuando cantamos: No estés eternamente enojado.

Esto, para el Evangelista Juan, es absurdo. Contemplar al Crucificado de esta manera es un despropósito. ¿Por qué? Porque el protagonista de la pasión y muerte del Señor es el mismo Dios que nos ama hasta el extremo. Esto de hasta el extremo nos resulta difícil, muy difícil, de entender y de asimilar. Le resultó difícil a Pedro que no aceptaba ver a Jesús dispuesto a lavarle los pies: No me lavarás los pies jamás. La respuesta de Jesús fue tajante: Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.

Pedro piensa, como pensamos nosotros, que nos corresponde a nosotros lavar los pies a Jesús. Que Él esté sentado en su trono y que nosotros le cubramos de pompas, inciensos y protocolos. Pero Jesús no piensa así. Exige a Pedro, como quiere exigirnos a todos, que nos dejemos querer; que nuestra religiosidad no se mueva en la órbita del mérito, sino en la órbita de la gratuidad. Desde que Jesús nos amó hasta el extremo muriendo en la cruz, todo debe moverse en la órbita de la gratuidad. Si no acabamos de sentarnos en el sillón de la gratuidad, nuestra santidad no tendrá nada que ver con la que el Señor quiere en nosotros.

¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?

Aquellos discípulos no lo comprendieron. Tampoco nosotros. Por eso continuamos aferrados al voluntarismo. Nos cuesta aprender la lección de la gratuidad. Nos gustaría que el Señor permaneciese sentado y que no subiese a la cruz. Y que si, a pesar de todo, se empeña en subir a la cruz, al menos nos dé la oportunidad de vivir ofreciéndole reparaciones y desagravios, en lugar de vivir cómodamente sentados con un corazón profunda y gozosamente agradecido.

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