Si me amáis, guardad mis mandamientos; y yo pediré al Padre que os envíe otro Valedor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la Verdad.
Jesús se está despidiendo de los suyos durante la sobremesa de la última cena. Están tristes y Él les promete que, cuando se vaya, les mandará a Alguien que lo hará mejor que Él. Llega a decirles que el Espíritu os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho (Jn 14, 26); y que el Espíritu llevará al discípulo hasta la verdad plena (Jn 16, 13).
Jesús nunca adoctrina a sus discípulos sobre el misterio de Dios-Trinidad; sin embargo, habla de ello con toda naturalidad. Habla de sí mismo como el Hijo, habla del Padre-Abbá, y habla del Espíritu-Valedor: el otro Valedor, el otro Paráclito, el otro Abogado defensor. Cuando Jesús se va, el Espíritu toma el relevo.
Quizá habremos oído decir que el Espíritu es el gran desconocido de la Trinidad. La verdad es que el Espíritu es tan desconocido o tan conocido como lo es el Padre. Todo depende del conocimiento que tengamos de Jesús. Quien ve y conoce a Jesús, ve y conoce al Padre (Jn 14, 9), y quien ve y conoce a Jesús, ve y conoce al Espíritu. Cuando ponemos los ojos en Jesús, seamos o no conscientes de ello, ponemos los ojos en el Padre y en el Espíritu. Cuando ponemos los ojos en Jesús es porque su Espíritu ya está actuando en nosotros de una manera íntima y activa; a la manera del corazón en el cuerpo. Aunque solamente prestando mucha atención escucharemos sus latidos.
Dice el Papa Benedicto: La fuente del Espíritu es Jesús. Cuanto más penetramos en Jesús, tanto más realmente penetramos en el Espíritu y este penetra en nosotros. Si marcados por el Espíritu, sabremos recordar con profundidad el Evangelio y compenetrarnos más con la palabra de Jesús que se hará cada vez más viva y fecunda.
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