Acudid a mí los que andáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.
También Él sabía de cansancios, agobios y hastíos. Por ejemplo, cuando rechazado por la autoridad religiosa, o cuando decepcionado por la nula respuesta a su mensaje de algunas localidades, o cuando contrariado ante la torpeza de sus discípulos. Él encontraba alivio acudiendo a Abbá. Nosotros encontramos alivio acudiendo a Jesús con sencillez y familiaridad; sin preocuparnos de protocolos y formalidades. De amigo a amigo.
Cargad con mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y os sentiréis aliviados. Porque mi yugo es blando y mi carga ligera.
El yugo es un invento ancestral para repartir pesadas cargas entre varios animales. Jesús tiene su yugo propio; se llama cruz. Quienes le seguimos debemos tener claro que su yugo, las cruces de la vida, lo llevamos entre los dos, entre Él y yo. Es suyo tanto como mío.
Unas líneas más arriba Jesús ha mostrado su desazón ante tantos que han oído sus palabras y presenciado sus milagros, pero no han creído en Él. La desazón le dura poco. Ahora muestra su agradecimiento por esos pocos que sí hemos creído en Él. Y busca para nosotros la paz del corazón, también cuando las cosas no van bien: Mi yugo es llevadero y mi carga ligera. No promete liberarnos de la carga, sino aliviarnos.
Juan de la Cruz escribe así a una dirigida suya que se quejaba de la pesadez de su cruz: Nunca mejor estuvo que ahora, porque nunca estuvo tan humilde, ni teniéndose en tan poco, y a todas las cosas del mundo. Ni servía a Dios tan pura y desinteresadamente como ahora. ¿Qué quiere? ¿Qué vida o modo de proceder se pinta ella en esta vida?
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