14/09/2020 Exaltación de la Santa Cruz (Jn 3, 13-17)
Celebramos hoy la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. El 14 de septiembre del año 335 fue consagrada la iglesia del Santo sepulcro de Jerusalén, y allí fue expuesta para veneración de los fieles la reliquia de la Santa Cruz. Puede sonar contradictorio unir cruz y exaltación; pero el Evangelio de hoy nos da la clave para comprenderlo
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único.
Ese amor y esa entrega cobran significado pleno en la cruz. Ese amor del Padre fue plenamente compartido por el Hijo, que nos amó hasta el extremo (Jn 13, 1): el extremo de la cruz. Por eso unimos cruz y exaltación. Cuando contemplamos al Crucificado de manera un tanto superficial, nos embargan sentimientos de aflicción y remordimiento. Pero cuando contemplamos al Crucificado con mirada profunda, entonces nos embargan sentimiento de gozo y gratitud. Ante semejante realidad, como dice Santa Teresa de Lisieux, solo cabe callar y llorar de agradecimiento y amor.
La cruz es misterio de amor, misterio que se entiende solo desde el corazón. Jesús, cuando quiere explicar este misterio de amor a Nicodemo, usa dos verbos: subir y bajar. Jesús, bajado del cielo para subirnos a todos nosotros al cielo. Este es el misterio de la cruz (Papa Francisco).
¿Un Cristo sin cruz? No. Jesús no pasaría de ser uno más entre los grandes maestros que Dios ha enviado a la humanidad y que han dado inicio a distintas religiones.
¿Una cruz sin Cristo? Tampoco. Sería una fuente de angustia, una especie de masoquismo espiritual (Papa Francisco).
Tanto amó Dios al mundo.
Jesús, en la cruz, el Crucificado, es amor y gratuidad en estado puro. ¡Gloria a Dios!
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