La celebración de hoy tiene que ver con la fecha del 14 de septiembre del año 335. Ese día el emperador Constantino inauguró en Jerusalén las dos basílicas del Calvario y del Santo Sepulcro tras haber sido descubierta la cruz de Jesús por su esposa, santa Elena.
Como Moisés en el desierto levantó la serpiente, así ha de ser levantado el Hijo del Hombre, para que quien crea en Él tenga vida eterna.
No exaltamos la cruz a secas; exaltamos la cruz de Jesús. Mejor aún, exaltamos al Crucificado. Sin el Crucificado, la cruz carece de sentido.
Contemplemos con calma al Crucificado, mientras hacemos resonar en lo interior aquellas palabras de Jesús: Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn 12, 32).
Contemplemos con calma al Crucificado y le preguntamos por qué quiso salvarnos de manera tan cruel y tan humillante. Él nos hará ver que lo hizo por amor, en total sintonía con Abbá, que tanto amó al mundo que nos entregó a su Hijo único. No preguntemos razones al Amor. En el Amor no hay por qués: es gratuito.
Contemplemos con calma al Crucificado; hasta que, ante tanto amor, el gozo nos inunde. Hasta que resumamos toda nuestra fe en algo tan sencillo y profundo como esto: Nosotros creemos en el amor.
Contemplemos con calma al Crucificado y olvidaremos que la razón de la muerte de Jesús han sido nuestros pecados. ¡No!; la razón de la muerte de Jesús no es otra que el amor. Si contemplemos con calma al Crucificado, acabaremos llorando lágrimas; pero no lágrimas de pena, sino de agradecimiento.
El papa Francisco comenta: Jesús no quiere engañar a nadie. Sabe que en Jerusalén le espera el camino de la cruz. Seguirlo es compartir su amor misericordioso y su perdón.
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