Guardaos de la levadura –o sea, de la hipocresía- de los fariseos.
La levadura farisea. A Jesús le preocupa el que también nosotros, sus discípulos y amigos, podamos ir deslizándonos hacia la actitud farisea de creernos buenos porque tenemos suficiente fuerza de voluntad para guardar las leyes. Aborrecería que llegásemos a pensar que somos mejores que otros, o que Dios está en deuda con nosotros porque guardamos cabalmente los mandamientos.
En cuanto a vosotros hasta los pelos de vuestra cabeza están todos contados. No tengáis miedo, que valéis más que muchos pajarillos.
No tengáis miedo. A Jesús le preocupa también que el miedo pueda condicionar nuestra vida. ¡El miedo nos hace tanto daño! El miedo hace que, como los caracoles o las tortugas, vivamos encerrados en nosotros mismos, empapados de desconfianzas y recelos. Jesús querría que la confianza en Abbá iluminase la vida entera y ensanchase el corazón, siendo así capaces de abrirnos a los demás.
Claro que Jesús habla también del temor. ¿Es posible que temor y confianza convivan amigablemente? Es posible si se trata de lo que tradicionalmente se ha llamado TEMOR DE DIOS. La confianza plena en Dios va acompañada de una saludable desconfianza en uno mismo. Cuando nos conocemos medianamente bien, sabemos que si el Señor nos deja de su mano, somos capaces de cualquier barbaridad.
Así que amor-confianza en Dios, y temor-desconfianza de uno mismo. El no tengáis miedo junto al estad alerta. Desconfianza de uno mismo, como en Pablo: Me encuentro con esta fatalidad: que deseando hacer el bien, se me pone al alcance el mal (Rm 7, 21). Confianza en el Señor, como en Pablo: En toda circunstancia vencemos de sobra gracias al que nos amó (Rm 8, 37).
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