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15/01/2023 Domingo 2 (Jn 1, 29-34)

Juan vio acercarse a Jesús y dijo: Ahí está el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

El Cordero de Dios. La imagen del cordero resultaba familiar para los judíos. Recordemos que la liberación de la esclavitud de Egipto tuvo que ver con la sangre de cordero: La sangre (de cordero) será vuestra contraseña en las casas donde estéis. Cuando vea la sangre pasaré de largo; no os tocará la plaga exterminadora cuando yo pase hiriendo a Egipto (Ex 12, 13).

Nosotros proclamamos en la Eucaristía que Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Quitar no es tapar o cubrir, sino eliminar. Por eso la oración litúrgica dice, y nosotros creemos, que Dios devuelve la inocencia a quien la ha perdido.

El pecado del mundo. Para el Bautista, el pecado es una ofensa a Dios; por eso el pecador es digno de castigo. Para Jesús, el pecado es un daño que el hombre se hace a sí mismo; por eso el pecador es digno de compasión. Pecado es esa realidad de perfil tan difuso como dramático que se opone a la luz. Hunde sus raíces tanto en estructuras poderosas como en lo más profundo del ser humano. El pecado ofrece la ilusión de suficiencia; ofrece el espejismo de no necesitar de Dios para alcanzar la propia plenitud.

El Bautista vive inmerso en un mundo de pecado. Lo denuncia y lo condena, pero no puede eliminarlo. Solamente puede anunciar la inminencia de la llegada del Cordero de Dios, que salvará al mundo de su pecado. Jesús llega a ese mundo de pecado y lo elimina en un proceso que los creyentes vivimos en fe y esperanza. Así lo dice Pablo: En efecto, así como por la desobediencia de un hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, todos serán constituidos justos (Rm 5, 19).

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