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15/02/2021 Lunes sexto (Mc 8, 11-13)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 14 feb 2021
  • 2 Min. de lectura

Salieron los fariseos y se pusieron a discutir con Él, pidiéndole, para tentarlo, una señal del cielo.

¿Quién de nosotros no pide a Dios una señal que confirme nuestra endeble y tibia fe? Nos gustaría que Dios realizase grandes portentos en el cielo, de modo que nosotros y todo el mundo lo tuviésemos muy claro. No acabamos de entender que los milagros no producen fe; no acabamos de entender que es la fe la que produce milagros. El gran milagro es la fe. No deja de tener su qué eso de que para poner en los altares a una persona, exijamos milagros. Unos ojos iluminados por la fe ven milagros y señales de la presencia de Dios en cualquier rincón y en cualquier acontecimiento, grande o pequeño: en una puesta de sol, en los ojos de un niño…

Él suspiró profundamente y dijo: ¿Para qué pide una señal esta generación.

Está harto de los fariseos, moralmente intachables pero impermeables al Evangelio. Tan harto está, que los dejará plantados y se irá a la orilla opuesta. San Juan de la Cruz dice que no es condición de Dios que se hagan milagros, que, como dicen, cuando los hace, a más no poder los hace. Y por eso reprendía a los fariseos, porque no daban crédito sino por señales. Pierden, pues, mucho acerca de la fe los que aman gozarse en estas obras sobrenaturales (3 S 31, 9). En el texto paralelo de Mateo, las palabras finales de Jesús son: No se les dará más señal que la de Jonás (Mt 16, 4). Es decir, la de la cruz. No hay milagro mayor: Y yo, cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn 12, 32).

 
 
 

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