15/03/2021 Lunes 4º de Cuaresma (Jn 4, 43-54)
- Angel Santesteban
- 14 mar 2021
- 2 Min. de lectura
Tal fue, de nuevo, el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.
Es la frase final del Evangelio de hoy. Esta curación del hijo del funcionario real fue su segundo signo. El primero fue el de las bodas de Caná. El Evangelista, siguiendo el ejemplo de Jesús, habla de signos antes que de milagros. A nosotros nos atrae lo maravilloso y nos quedamos ahí. Jesús quiere que vayamos más allá; quiere que sus prodigios nos lleven a realidades más profundas. Y la más profunda realidad es la que escuchábamos en el Evangelio de ayer: Tanto amó Dios al mundo que nos dio a su Hijo. El Hijo que nos amó hasta el extremo, y que quiere que tengamos vida en abundancia. Esta es la verdad o realidad suprema.
Si no veis signos y prodigios, no creéis.
Al final del Evangelio nos dirá: Dichosos los que no han visto y han creído (Jn 21, 29). No pongamos ojos o corazón en milagros, sino en la persona de Jesús. Su Espíritu nos lleve a creer en Él, a adherirnos a su persona, aunque no veamos signos. Cuando la fe en Él es auténtica, no será distinguir entre fe, esperanza y amor.
Jesús le dice: Vete, que tu hijo vive.
Hasta tres veces repite el Evangelista que aquel hijo vive. Toda la familia recibirá nueva vida, porque creyó él y toda su familia.
El Señor es capaz de cambiar mi vida. ¿Qué debo hacer? Creer que el Señor puede cambiarme, que el Señor es poderoso. Como ha hecho con ese hombre que tenía el hijo enfermo. Ese hombre creyó en la palabra que Jesús le había dado y se puso en camino (Papa Francisco).
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