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15/03/2024 Viernes 4º de Cuaresma (Jn 7, 1-2; 10; 25-30)

Cuando ya habían subido sus parientes a la fiesta, subió también Él, no en público, sino a escondidas.

El capítulo siete del Evangelio de Juan nos habla de la fuerza seductora de las palabras de Jesús. Los guardias enviados a detenerle, se vuelven de vacío a los sumos sacerdotes y fariseos: Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre (v. 46). Nos habla también del poder de sus milagros: Muchos de la gente creyeron en Él, pues decían: Cuando venga el Mesías, ¿hará más señales que éste? (v 31). A pesar de todo esto, Jesús se ve envuelto en el vacío: Ni sus propios parientes creían en Él (v 5); y en el rechazo: Los judíos intentaban darle muerte (v 1).

¿Y el pueblo? La gente ha oído hablar de Él. Algunos le admiran, pero predomina la indiferencia. Le han escuchado sin acercarse a Él. Es fuerte el dominio del grupo sobre el individuo: El pueblo andaba dividido a causa de Él (v 43). Jesús llega a sentirse extraño entre los suyos.

Gritó Jesús enseñando en el templo: Me conocéis a mí y sabéis de donde soy. Pero yo no he venido por mi cuenta, sino que me envió el que es veraz. Vosotros no lo conocéis.

Jesús nos propone un conocimiento mejor. Un conocimiento mejor es sinónimo de una más honda amistad. Y esto tiene todo que ver, como dice Teresa de Ávila, con tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama. El resultado es la confianza. Como la vivida por Teresa de Lisieux: Mi camino es todo él de confianza y amor, y no comprendo a quienes tienen miedo de tan tierno amigo. Me alegro de ser pequeña.

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