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15/04/2021 Jueves 2º de Pascua (Jn 3, 31-36)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 14 abr 2021
  • 2 Min. de lectura

Quien viene de arriba está por encima de todos. Quien viene de la tierra es terreno y habla de cosas terrenas.

Continúa el discurso-respuesta de Jesús a la pregunta de Nicodemo: ¿Cómo puede ser eso? Pero Nicodemo ha desaparecido de la escena. Jesús se dirige a todos. Lo hace con un lenguaje condicionado por las limitaciones humanas del tiempo y del espacio: el cielo está arriba y la tierra abajo. En otra ocasión dirá: Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba (Jn 8, 23). Y, como leemos en la parábola del rico y del pobre (Lc 16, 26), hay un abismo entre el cielo y la tierra. El caso es que hemos decidido establecer la misma diferencia abismal entre espíritu y materia, y entre alma y cuerpo.

Y nos hemos pasado. Porque la auténtica realidad no sabe de distinciones categóricas. Por eso que estamos llamados a unificar lo de arriba y lo de abajo viviendo el cielo en la tierra. ¿Cómo se hace eso? Manteniéndonos en su presencia y confiando en Él, independientemente de la circunstancia que nos toca vivir. Y saliendo todo lo posible de nosotros mismos para poner toda la atención posible en los demás. Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís (Jn 13 17).

Así fue la vida de Jesús. Vivía conectado al Padre en todo momento; como vivía en todo momento conectado a las personas que le rodeaban, especialmente sensible hacia quienes más sufrían.

Quien cree en el Hijo tiene vida eterna.

También hemos diferenciado demasiado el creer y el amar. Son prácticamente sinónimos, como vemos tanto en San Juan como en San Pablo. Creer o no creer; es lo mismo que vivir o no vivir; es lo mismo que amar o no amar.

 
 
 

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