Jesús tomó el vinagre y dijo: Todo se ha cumplido. Dobló la cabeza y entregó el espíritu.
Todo se ha cumplido. No es un final calamitoso. Todo lo contrario. Es el portentoso cumplimiento del plan de Dios. La vida entera de Jesús está orientada hacia este momento supremo; momento al que siempre se ha referido con la expresión MI HORA. En torno a esta su HORA gira toda la creación y toda la historia de la humanidad. El Evangelista Juan, citando al profeta Zacarías, nos invita a entrar en el misterio del Dios-Amor a través de la herida abierta en el costado de Jesús: Mirarán al que traspasaron (Za 12, 10)
La cruz es protagonista de la liturgia del Viernes Santo. La cruz, icono del amor de Dios llevado hasta el extremo. La cruz, icono de salvación universal, porque cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn 12, 32). No nos detengamos demasiado en lo más aparente de la cruz: la sangre, el dolor… Entremos más adentro. Así será cómo, más allá de lágrimas de pena, derramaremos lágrimas de gozo y de agradecimiento. Es como para comenzar a cantar hoy mismo el ALELUYA pascual.
Pero la cruz no es plato apetecible para nadie. La cruz es escándalo para los judíos y locura para los gentiles (1 Cor 1, 23). Tampoco fue del agrado de Jesús: Padre, si quieres, aparta de mí esta copa (Lc 22, 42).
Junto a la cruz de Jesús estaba su madre. La contemplación de la Madre de Jesús al pie de la cruz de su Hijo, nos ayuda a sobrellevar tantas cruces amargas y oscuras que a todos nos toca vivir.
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