Ahora ha sido glorificado el Hijo del Hombre y Dios ha sido glorificado en Él.
La salida de Judas del Cenáculo marca el comienzo de la Pasión. Jesús prefiere llamarla glorificación; glorificación del Padre y suya propia. Juan habla de esta gloria al principio de su Evangelio: Nosotros hemos contemplado su gloria. Pero, ¿qué es la gloria? Es la manifestación de la presencia de Dios. Antiguamente ningún mortal podía contemplarla: No puede verme el hombre y seguir viviendo (Ex 33, 20). Ahora la contemplamos tamizada por la humanidad de Jesús. Pero hay veces en que su resplandor supera todo filtro; especialmente en el supremo estallido de la resurrección. Pasión, muerte y resurrección son la manifestación suprema del Dios-Amor; el máximo esplendor de su gloria.
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.
Es la despedida de Jesús, su última voluntad. Lo único realmente importante es el amor. Pero, ¿en dónde está la novedad? La novedad está en el como yo os he amado. Porque el estilo de amar de Jesús es inconfundible. El suyo es un amor no comprendido, no correspondido; un amor hasta el extremo, absolutamente gratuito, sin mérito alguno por nuestra parte. Y es un amor concreto, cercano, que escucha, que soporta, que perdona.
Un teólogo de nuestros días escribe: La gran revolución religiosa llevada a cabo por Jesús consiste en haber abierto a los hombres otra vía de acceso a Dios distinta de la de lo sagrado, la vía profana de la relación con el prójimo, la relación vivida como servicio al prójimo.
El Papa Francisco comenta: La gente conocerá a los discípulos de Jesús por cómo se aman entre ellos. En otras palabras, el amor es el documento de identidad del cristiano. El amor es siempre concreto. Se alimenta de confianza, respeto y perdón. Cuando amar parece algo arduo, mirad la cruz del Señor, abrazadla y no dejad su mano que os lleva hacia lo alto y os levanta cuando caéis.
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