15/05/2025 San Isidro (Jn 13, 16-20)
- Angel Santesteban
- hace 4 días
- 2 Min. de lectura
Cuando Jesús acabó de lavar los pies a sus discípulos, les dijo: Os aseguro, el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía.
El lavatorio de los pies es, sí, una lección de humildad; pero es, sobre todo, una revelación. Jesús, arrodillado a los pies de los pies de los discípulos, es el retrato de Dios en que vemos la actitud constante de Dios ante sus criaturas. Es la actitud de un padre o de una madre que no ahorran incomodidad alguna para que sus hijos vivan cómodos.
El gesto del lavatorio con las palabras posteriores rompen la idea tradicional de Dios y revolucionan la relación que debe haber entre el hombre y Dios; y también la relación de los hombres entre sí. Alguien ha escrito: Con Jesús, Dios ha dejado su trono, se manifiesta como amor al servicio del hombre; quien se parece a Dios es el que sirve.
Es un buen ejercicio el de entretenernos imaginando que un día amanecemos inmersos en la luz de este asombroso amor de Dios por todos nosotros. Sería maravilloso. Viviríamos ligeros como las aves del cielo. Llegaríamos a vivir positivamente hasta las propias miserias. Como Pablo: Pues cuando somos débiles, entonces somos fuertes (2 Cor 12, 10).
Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica.
Contemplando a Jesús arrodillado ante sus discípulos entendemos que estamos llamados a ser servidores. Llamados, como dice Pablo, a cargar con las flaquezas de los débiles y no buscar nuestra propia satisfacción (Rm 15, 1). Solamente viviendo en actitud de servicio podemos decir que hemos escuchado y cumplido las palabras del Señor; solamente entonces podemos decir que hemos cumplido su mandamiento: amaos unos a otros como yo os he amado.
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