Del Papa san Pablo VI: La solemnidad del 15 de agosto celebra la gloriosa Asunción de María al cielo: fiesta de su destino de plenitud y bienaventuranza, de la glorificación de su alma inmaculada y de su cuerpo virginal, de su perfecta configuración con Cristo resucitado; una fiesta que propone a la Iglesia y a la humanidad la imagen y la consoladora prenda del cumplimiento de la esperanza final; pues dicha glorificación plena es el destino de aquellos que Cristo ha hecho hermanos. Por eso la Iglesia admira y ensalza a María como el fruto más espléndido de la redención y la contempla como imagen de lo que la Iglesia misma, toda entera, espera y ansía ser.
Esta fiesta de la Asunción de María nos recuerda las palabras de Jesús: donde esté yo estaréis también vosotros (Jn 14, 3). La madre de Jesús es profunda y gozosamente consciente de la misericordia ilimitada de Dios. Se sabe querida y se sabe salvada; a pesar de su propia nulidad. Y sabe que esa misericordia de Dios se extiende a todos los hombres de generación en generación. Por eso haremos bien todos nosotros uniéndonos a ella para proclamar las maravillas que Dios hace en todos nosotros.
El cántico de María es el canto de los creyentes. Como dice Isabel, dichosa ella, no por ser la Madre de Dios, sino por haber creído; dichosos nosotros que creemos: Dichosos los que no han visto y han creído (Jn 20, 29). El cántico de María es el canto de los humildes; de los que no contamos en nuestro mundo, de los que, a pesar de nuestros pecados, nos sabemos abrazados por Dios y salvados.
La humildad es el secreto de María. El ojo humano busca siempre la grandeza y se deslumbra por lo que es ostentoso. La humildad de los corazones le encanta a Dios. Hoy, mirando a María Asunta, podemos decir que la humildad es el camino que conduce al cielo (Papa Francisco).
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