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15/09/2021 Nuestra Señora de los Dolores (Jn 19, 25-27)

Junto a la cruz de Jesús estaba su madre.

Le acompañan María de Cleofás, María Magdalena y Juan. En la madre vemos el modelo perfecto de todo verdadero discípulo; de todo cristiano que hace de Jesús el centro de su vida. El Evangelista nunca pronuncia el nombre de María; para él, ella es siempre la madre de Jesús. Esto significa que María se ha desapropiado de sí misma para identificarse con su Hijo. Ella vive la HORA, el momento culminante de la historia y de la creación, en perfecta sintonía con Jesús. Y, como profetizó Simeón, una espada atraviesa su corazón (Lc 2, 35).

Contemplando a la madre dolorosa vemos que el sufrimiento se hace llevadero cuando le encontramos sentido. Los dolores del parto son la mejor parábola para entender la fecundidad del sufrimiento. La nueva vida hace que se den por buenos los padecimientos pasados. María sufrió dando a luz a Jesús; ahora está presente cuando Jesús, sufriendo también, da a luz al nuevo pueblo de Dios desde su costado.

Jesús, viendo a su madre y al lado al discípulo predilecto, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo.

Comenta el Papa Francisco: No somos huérfanos. María nos da a luz en ese momento con mucho dolor. Con el corazón traspasado acepta darnos a luz a todos nosotros en ese momento de dolor y desde entonces ella se convierte en nuestra madre, se hace cargo de nosotros y no se avergüenza de nosotros.

Después dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre.

Y Juan, en quien todos estamos representados, recibe a María como algo propio. Y a partir de esta HORA, el destino de María está unido al nuestro; como el de toda madre a sus hijos.

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