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15/10/2025 Santa Teresa de Jesús (Jn 4, 5-15a)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 14 oct
  • 2 Min. de lectura

Jesús, cansado del camino, se sentó tranquilamente junto al pozo. Era mediodía. Una mujer de Samaría llegó a sacar agua.

Teresa se enamoró de los Evangelios. Dice: Siempre yo he sido aficionada y me han recogido más las palabras de los Evangelios que libros muy concertados. Uno de sus personajes favoritos es la Samaritana: Desde niña soy muy aficionada a este Evangelio. Muchas veces he pensado de aquella santa Samaritana. Cuán bien habían rendido en su corazón las palabras del Señor, pues deja al mismo Señor para que ganen y se aprovechen los de su pueblo.

Dejemos que sea Teresa misma quien nos comente las palabras que Jesús dirige a la Samaritana y dirige a todos nosotros. Comenzando con las que abre el diálogo: Dame de beber. Escribe Teresa: ¡Qué de veces me acuerdo del agua viva que dijo el Señor a la Samaritana! Y suplicaba muchas veces al Señor me diese aquel agua. El alma se ve, a veces, como una persona colgada, que no asienta en cosa de la tierra, ni al cielo puede subir. Abrasada con esta sed, y no puede llegar al agua. Y no quiere que se le quite la sed, si no es con el agua que dijo nuestro Señor a la Samaritana; y no se la dan.

Avanzado el diálogo, Jesús intenta seducir a la Samaritana, y a todos nosotros: ¡Si conocieras el don de Dios! Comenta Teresa: ¡Oh Señor de mi alma, y quién tuviera palabras para dar a entender qué dais a los que se fían de Vos, y qué pierden los que se quedan consigo mismos! No os pido que penséis en Él ni que saquéis muchos conceptos; no os pido más de que le miréis.

 

Al final, Jesús se da a conocer: Yo soy, el que habla contigo. Teresa, que es Teresa de Jesús, se entusiasma con Él: Quisiera yo siempre traer delante de los ojos su retrato e imagen. Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes. Es gran cosa, mientras vivimos y somos humanos, traerlo humano. Todas las cosas faltan; Vos nunca faltáis. Oh Señor mío, qué delicada y sabrosamente nos sabéis tratar.

 

En este día de su fiesta, pedimos a Teresa que también nosotros nos enamoremos de los evangelios.

 
 
 

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