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15/11/2020 Domingo 33 (Mt 25, 14-30)

El Reino de los Cielos es como un hombre que, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda: a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad; y se ausentó.

Se ausentó. Es un decir. Porque, como dijo al despedirse de los discípulos, Él está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 20). Pero es un decir con el que nos indica que lo deja todo en nuestras manos. Quiere que nos ocupemos del mundo y de los hermanos. Quiere que vivamos diligentes, resueltos, dinámicos, solícitos. Que nunca, por comodidad o por miedo, nos instalemos en el dolce far niente. Como hizo el tercero de los siervos de la parábola.

El que había recibido un talento se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor.

Es el protagonista principal de la parábola. Es un personaje digno de compasión. Tiene miedo de su amo: Sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste… Me dio miedo y escondí en tierra tu talento. Aquí tienes lo tuyo. No hace nada malo. No se le pasa por la cabeza malgastar el dinero, como hizo el pródigo.

El inmovilismo tiene su explicación en la fijación de la persona a experiencias vividas, que han sido fuente de seguridad. El inmovilismo depende mucho del pasado. En el fondo se trata de una debilidad que brota del miedo al riesgo ante lo desconocido.

El Espíritu de Jesús, el Espíritu del Evangelio, es un Espíritu de audacia, de iniciativa, de frescura, de comenzar siempre de nuevo. Nada de enterrar talentos en el suelo. Nada de hacer del cristianismo una pieza de museo. Nada de permitir que el buen vino se convierta en vinagre.

La parábola es un toque de atención para cuando olvidamos la creatividad y nos cobijamos en la seguridad del inmovilismo y de la rutina, por comodidad o por miedo. Si no nos movemos, no Le seguimos.

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